miércoles, 24 de agosto de 2011

Puente La Aldea y El Cordelillo (21_08_11)



LOS TRES VELEÑOS Y UN GAMONINO.

Como decía el poeta " Yo voy soñando caminos. Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!... ¿Adónde el camino irá? ... Y ahora yo añado ¿nos dejarán alguno?

La ruta del domingo, 21 de agosto, tuvo de todo un poco. Fue muy interesante, con incidentes abundantes, y se enmarca dentro de unos variopintos parajes, rústicos y silvestres, agostados por el abrasador sol del verano : un alcornoque milenario inmenso, un puente rural con encanto, un cerro abigarrado de chaparras, senderos de ciclabilidad? tensa y pericia extrema, condensados en los túneles labriegos que atraviesan los zarzales del singular Cordelillo. Y qué decir del protagonista, el indómito Víctor, con la pierna como un cristo, y su receta casera: barro sobre los picotazos, de las malvadas avispas soterrizas, que en el Puente de la Aldea acribillaron su impúdica pierna (si fuera la de un talibán bien vestida la has de llevar), más un riego con amoniaco de la orina en el emplasto; y para rematar varios cortes en la pierna por detrás, los pinchos de la alambrada no tuvieron con él piedad (un castigo del corán por llevar la pierna sin tapar). Gracias al gamonino Roberto, que le puso yodo en el momento, ¡ay, qué dolor! ¡ay, qué dolor! -pensaba el maestro con devoción. Pero los aguerridos caballeros, al grito de ¡fuerza y vigor!, siguieron avanzando por la tortuosa senda del Cordelillo en busca del buen camino, tras unos kilómetros contentos, se paró el reloj del tiempo, ¡altoooooo! ¡las zarzas nos cierran el pasooooo!, una prueba o emboscada que la naturaleza nos depara; sin embargo, Angel Charquitos, toma un palo en sus manos y se lanza a saco: juro a Bríos que he de despejar el camino. Tras la insólita proeza la senda quedó abierta! un túnel acicalado entre las zarzas y sus garras, ¡vamos, vamos!, con algún pinchazo uno tras otro cruzamos, lo hemos superado y continuamos. Por la Cañada Real remontamos hasta el arroyo del bobo, vislumbramos a lo lejos el sendero del Bonalejo, duro trecho hasta coronar el alto del techo, el maestro exhausto lo hace andando y resoplando, a duras penas sin casi fuerzas en sus piernas. La vuelta a casa con el buen recuerdo de la gran hazaña.