jueves, 12 de agosto de 2010

Puente Romano del río Guadyerbas


ÉPICA GLORIOSA DE LOS CABALLEROS VELEÑOS
Dice un proverbio africano: Las huellas de las personas que caminaron juntas nunca se borran
Todo caballero tiene su lugar de origen:
En la villa de Velada, corría el año 2010, un 24 de enero,
las huestes, del que fuera en otro tiempo poderoso Marquesado,
formadas por “los veinte veleños”,
capitaneadas por el Presidente y dirigidas por su lugarteniente,
emprenden la más famosa de todas las hazañas,
la marcha más grandiosa que jamás contemplaron los cielos,
“LA ETAPA REINA: PUENTE ROMANO DEL RÍO GUADYERBAS. UN PUENTE HACIA EL PARAÍSO”.
Campanadas de partida,
dan las nueve y la salida.
Cuando el azar al alba nubló el sol,
y la mañana amenaza con lluvia o tormenta,
la aureola de la escuadra desplegada
apuntala al filo de su marcha la grandeza,
el mito de las anguilas en el agua,
izará en la bandera su leyenda.
La marcha se iniciaba por las calles de Velada,
con sus casas encaladas desvaídas,
alineados los naranjos van a un lado,
en el patio bien cuajado el limonero,

a lo lejos la Iglesia, el Palacio y el Convento;
junto al rollo, emblema insignia de la villa,
coordinada bien desfila uno a uno la comitiva,
al ritmo de pedales y timbales
avanzaba nuestra escuadra velaína.
Atrás quedaron nuestras damas, nuestros hijos y familia,
un camino por delante, paladines veinte iban,
bien dispuestos y pertrechos siguen todos al maestro,
Adelantado Mayor del reino,
tras los llanos avanzamos por El Baldío y Trujillano,
un regato en la Aliseda marca el fin de nuestras tierras,
viramos a poniente hasta alcanzar más abajo el único puente,
salvando sonrientes el gran curso de agua corriente.
Tras el aliciente surge el primer inconveniente,
más allá de nuestras fronteras al adentrarnos en tierras navalqueñas,
el arroyo Porquerizo muy crecido se interpone en el camino,
con sus aguas residuales, entre ciénagas y juncales,
nos reta desafiante con la prueba de los trampales,
superada con osadía cuan escurridizas anguilas,
mojadas queda las zapatillas y alguna pequeña caída,
mas al llegar a Navalcán uno ha de retornar.

Verdean las praderas en los encinares,
Campan las aguas estancadas en cubetas,
corren prestas por regatos, surcos y cunetas,
la ninfa madre está de fiesta.
Se torna el camino embarrado muy pesado,
un despiste y conato de media vuelta en la granja Valtraviesa,
exhaustos y cansados el grupo se dispersa …
Una mujer lozana vocifera desde la casa,
venid a mí que El Puente Romano es por aquí.
Felizmente reagrupados continuamos marchando.
Momentos de tregua hasta alcanzar la fresneda,
el arroyo Mijar crecido alimenta,
hay que cruzar, que el final de la ruta está más allá.
Un molino arrulla envuelto en ruinas,
encauza sus aguas por hendiduras,
contemplándole, la foto recuerda que hubo un ayer.
Entre los berrocales, perdido, se abre paso el angosto camino,
empedrado sendero, de Oropesa a Arenas de San Pedro.

Al momento desmontan los caballeros,
con arrojo pisando fuerte, alcanzan El Puente,
uno a uno lo coronan, diecinueve de los veinte,
sobre una hilada desnuda de sillares dispuestos horizontalmente,
plataforma ingrávida sin barandas asentada en la gran arcada de dovelas pétreas que guardan la clave emergente:
“Un puente hacia el paraíso”
Pilares de roca bruñidos por el devenir del azaroso tiempo
y la corriente del río Guadyerbas en movimiento,
Embriagados de la magia que desprende este recóndito paraje,
sueños de La Arcadía bucólica que cantó el poeta,
henos aquí, absortos, postrados, embelesados,
contemplando la naturaleza en su pureza.
Juntos, hermanados, posamos con nostalgia inmensa
para dejar la huella impresa de la sin par empresa.
El retorno de los caballeros consagra el momento
y una odisea tierra adentro va a dar comienzo.
Por la falda en umbría del cerro
serpentea un angosto sendero,
con las bicis al hombro los 19 veleños
afrontan un sueño real en el desfiladero del berrocal.
Batalla al barro en el campo abierto
y algún combatiente cansado y maltrecho.
Siguen momentos de calma por vías más anchas,
mas al entrar en Parrillas se produce la divisa,
del pelotón conjunto salta un grupo minúsculo,
espoleados por la fe inquebrantable en la victoria
persiguen la epopeya más gloriosa,
ideales de grandeza bullen en sus cabezas
e inician con euforia el mayor reto de la historia,
una prueba con “incógnita”.
Camino muy mojado, circulamos y pensamos:
¿Cómo cruzar? El Guadyerbas al llegar.
Con el río hemos topado y nos deja alucinados,
el cauce amplio y extenso parecía un mar abierto,
al grito de la encomienda da comienzo la contienda:
¡fuerza y vigor! los seis caballeros alzan la voz.
El capitán, con su bici en alto, atraviesa por lo más ancho,
Manuel, el adoptivo fiel, sigue los pasos tras él.
El Adelantado, mirando al cielo, busca en la proeza su premio.
Francisco Fermín, el niño, se redime con el bautizo,
Roberto, el modesto, realza la gesta del éxito.
Víctor, el mayor honor, vela la retaguardia con valor.
Todos pasan dejando constancia,
como testigo el cielo del paso excelso del sexteto.
Que todos recuerden que no hubo en el lugar
hombres también dispuestos
como los que lograron vadear
la riada del Guadyerbas aquel invierno:
Un sexteto con tantos huevos.
En la memoria quedará la aventura del sexteto, pues no hubo en el lugar
hombres con tantos huevos como los ciclistas veleños.
La aliseda, trujillanos, los llanos
y a la villa, jubilosos, retornamos.
¡Hemos triunfado!

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