domingo, 29 de noviembre de 2020


GARGANTA DE LAS LANCHAS

La Garganta de las Lanchas es una microrreserva del valle del río Gévalo, sita en la localidad de las Hunfrías (Toledo), perteneciente al término municipal de Robledo del Mazo.  

Estacionamos el coche en la pista forestal ubicada junto al cementerio de dicha localidad, y caminamos por la ancha pista aproximadamente unos 3 kilómetros hasta alcanzar el panel informativo de la ruta. En las proximidades se encuentra la primera cascada con exuberante vegetación, donde destacan los arraclanes (arrayanes). Remontamos la empinada ladera del barranco orientada al Sur por un atajo que nos eleva al trazado marcado de la ruta. Por un  angosto sendero nos dirigimos a la segunda cascada, posiblemente la más espectacular, donde el agua se precipita por las distintas gradas o escalones que conforma la roca desnuda. Se trata de afloramientos de cuarcita armoricana, característica de los crestones de las estribaciones de la Sierra de Sevilleja de la Jara en los Montes de Toledo. En el fondo de la chorrera destaca una pequeña poza que puede resultar muy refrescante en los meses de verano. 


Tras la contemplación de este bello paraje, nos encaminamos hacia la tercera cascada, que pasa casei desapercibida desde la senda. Se puede localizar observando los toboganes o resbaladeras que conforma el agua sobre la roca; por tanto, decidimos cruzar al otro lado y descender, requiere cierta habilidad o pericia para descolgarse y salvar el desnivel hasta llegar al fondo del barranco donde cae el agua, la vegetación resulta espectacular por las condiciones de humedad, angostura y profundidad del valle. 


Cabe destacar los ejemplares de loros existentes, helechos reales y comunes, tejos, musgos ... El entorno de la cascada es propicio resultaba propicio para la caza en tiempos prehistóricos (valle encajonado entre las empinadas laderas, el reclamo del agua para los animales salvajes, el cortado con fuerte desnivel por donde podrían despeñarse tras ser empujadas...)  En esta garganta de las Lanchas se han encontrado pinturas rupestres en los diferentes abrigos rocosos o cuevas, lo que pone de manifiesto que estuvo poblado por el hombre prehistórico. 



Después del disfrute, toca ascender a la zona de toboganes y marmitas de la zona alta de la cascada y proseguir con la marcha hasta la cuarta y última cascada, por el sendero que discurre a media ladera poblada de un bosque de roble melojo, si bien en la zona franja baja cercana al cauce de la garganta se pueden observar madroños, brezos, arces, acebos, mostajos... y en alguno de los troncos caídos algunas setas, como la oreja de judas con su intenso color amarillo. Arribamos a la cuarta de las cascadas, que dista unos 6 kilómetros aproximadamente del estacionamiento, sito en el inicio de la pista forestal (en la intersección con la carretera TO-7531-V), y el paraje resulta impactante, pese a que el chorro de agua es más bien escaso impresiona la verticalidad y desnivel del cortado rocoso, la humedad reinante en la pared y base donde se produce la caída, el romper del agua sobre los peñascos y el esparcimiento de las innumerables gotitas que se generan.
















 

Lugar propicio para el avituallamiento y el descanso, mientras contemplamos el bello marco paisajístico.




viernes, 11 de septiembre de 2020



CÁCERES
 : CIUDAD HISTÓRICA Y MONUMENTAL  "
CON ENCANTO"

Dado que no pilla demasiado lejos de nuestra ciudad, Talavera de la Reina, decidimos acercarnos a Cáceres y pasar en esta histórica ciudad un par de días. La ciudad de Cáceres tiene un origen romano, de nombre Norba Caesarina,   si bien, posteriormente, distintos pueblos y culturas dejaron su huella en los numerosos vestigios que alberga.


Tras alojarnos en el casco antiguo, ideal para perderte por sus calles estrechas y empedradas -recomendable calzado cómodo-, nos dispusimos a pasear por su maravillosamente conservado casco histórico de trazado urbano medieval, poblado de numerosos monumentos, como iglesias, conventos, torres y palacios  de diferentes estilos arquitectónicos, principalmente gótico y renacentista. 







La muralla de origen almohade (árabe) cuenta con varias torres y puertas de acceso, detrás de la misma se sitúa el adarve o ronda que rodea el casco histórico. Iniciamos el recorrido por la tarde y continuamos por la noche, incluso, prolongamos la visita
a la mañana del día siguiente. 





Me encantó el paseo nocturno, tanto por los cuantiosos monumentos (palacios, conventos, iglesias,


concatedral, puertas, torres y murallas) que albergan sus calles y plazas, como por el mágico ambiente reinante, de silencio y tranquilidad; en pocas palabras, pasear por sus calles es como remontarse a otra época del pasado lejano, por lo que bien merece una visita, sorprenderá gratamente al viajero. 






Desde su Plaza Mayor tenemos una vista panorámica extraordinaria, al frente, 


subiendo la escalinata contemplamos el recinto amurallado con la Puerta de Coria o del Socorro, defendida por la imponente Torre de Bujaco, a la izquierda y la artística Puerta de Púlpitos, a la derecha, en la misma plaza, y a la derecha, el Palacio del Ayuntamiento; por otro lado, sobresaliendo por encima de la muralla, en el interior del recinto, numerosas torres acopladas a  palacios fortificados, coronando iglesias y conventos, cúpulas, entre las que destaca la del Palacio Toledo-Moztezuma.

Comentan que aquí se han rodado varias películas y series ambientadas en el pasado histórico, pues el interior del recinto amurallado se halla muy bien conservado.




Sorprende también el destacado nivel que ocupa su gastronomía, con restaurantes de prestigio, 



alguno de ellos con varias estrellas michelín; por lo que resulta un gustazo disfrutar de sus productos ibéricos y platos típicos extremeños. 




En definitiva, se puede decir que resulta imprescindible para los amantes del arte y la historia realizar una visita a la ciudad monumental de Cáceres, Patrimonio de la Humanidad.



















miércoles, 2 de septiembre de 2020

VIAJE POR CANTABRIA

 


COMARCA SAJA-NANSA  Y CIUDAD DE SANTANDER

En el pequeño pueblo de Treceño perteneciente al municipio 

de Cabezón de la Sal, situado en el valle del río El Escudo y emparedado por dos elevaciones montañosas al Norte y Sur cubiertas de vegetación arbórea y praderío, resaltando el intenso color verde en pleno verano, y con temperaturas muy agradables, disfrutamos del entorno unos cuantos días. 



En primer lugar, nos acercamos al Bosque de Secuoyas de Cabezón de la Sal y paseamos entre los


gigantescos árboles, con alturas entre los 40 y 50 m., llama la atención sus troncos rectilíneos apuntando hacia el cielo, que casi lo oculta el ramaje de sus copas tan próximas unas a otras. La ruta, de aproximadamente 3 km y muy fácil de recorrer, atraviesa el bosque de secuoyas, y continua entre robles y hayas, especies más propias de la zona; puesto que las secuoyas fueron traídas de América del Norte, donde se hayan ejemplares de hasta 110 m. de altura. 





Después nos acercamos a una de las playas con más encanto de Cantabria, la playa de Santa Justa, donde se encuentra la Ermita del mismo nombre incrustada en la pared rocosa del acantilado. Nos encantó este maravilloso paraje. 



A continuación, nos acercamos a Santillana del Mar, para perdernos por sus plazas y calles empedradas
flanqueadas de palacios y casas solariegas de enorme raigambre. Se trata de una ciudad muy atractiva por su vetusta arquitectura, urbanismo y buena conservación, que se remonta a tiempos muy antiguos; además, en sus alrededores se encuentran las prestigiosas cuevas prehistóricas de arte rupestre paleolítico denominadas Las Cuevas de Altamira, patrimonio de la humanidad, una auténtica joya (se visita una reproducción a tamaño real muy lograda. Nosotros ya la habíamos visitado con anterioridad en otras ocasiones, por lo que desistimos).

El día siguiente, que amaneció con un sol espléndido, nos acercamos a La Cueva del Soplao, por la famosa ruta de MTB de los 10.000 del Soplao, por carreteras estrechas y rampas de lo más exigente, con unos paisajes campestres de lo más bucólico. 

Cuenta en el trayecto con unos miradores del litoral costero excepcionales, se divisa en la lejanía San Vicente de la Barquera, Comillas, Suances... Llevábamos las entradas ya sacadas on line, nos subimos en un trenecito con vagonetas y nos adentramos en las entrañas de la famosa cueva; bajamos en una de las galerías y seguimos a la guía, que nos condujo al interior de una de las salas donde escuchamos atentamente un audio explicativo. 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        Después, en las diferentes salas (la de los fantasmas, la de los guardianes, la de la ópera, etc.) pudimos contemplar la enorme belleza que encierra su interior con singulares y variopintas formas escultóricas, que la naturaleza ha labrado a lo largo de miles de años (estalácticas excéntricas únicas, asemejanza del erizo de las castañas, fruto de la combinación de los carbonatos cálcicos con distintas cristalización (calcita y aragonito), como las denominadas excéntricas o helictitas; junto con estalagmitas, columnas, banderas, coladas.... 




En resumen, un  auténtico museo geológico que nos dejó boquiabiertos, sobre todo, el reflejo espejado en el agua de las diversas formaciones del techo, parecía un fondo submarino poblado de coral. Cuando salimos, nos dirigimos al mirador que hay en el exterior para observar el bellísimo paisaje de montañas y valles, con algún pueblecito en la


ladera, donde el denominador común es siempre el maravilloso verde, y al fondo se divisan en tonos grises los Picos de Europa con el Urriellu (Naranjo de Bulnes). 








Por la tarde, me aventuré con mi pareja a acometer una ruta de senderismo que se inicia y finaliza en el pueblo de San Vicente del Monte, circular de unos 17 km, conocida como Cambera de los Moros, su nombre significa calzada, y cuenta con un tramo empedrado con dudas de si  su origen responde a una calzada romana o medieval. Se parte de una altitud de 241 m. en el pueblo y se alcanza una máxima de 895 m. en la cuerda de la Sierra del Escudo. La vegetación tipo de landas atlánticas o aulagar (tojos espinosos, y brezos), mientras que en las orillas de los arroyos crecen hayas, avellanos y robles. 


En las laderas de la montaña se alternan prados donde pasta el ganado vacuno (tudanca) y equino, junto a las numerosas plantas de tojos (muy molestos si llevas pantalón corto, incluso insoportable, pues se clavan sus espinas en las piernas desnudas). Se inicia en el panel informativo de la ruta, con el nombre de Cambera de los Moros, sito en el casco urbano, próximo a la fuente abrevadero del pueblo. El primer tramo discurre por un camino entre cercados, bastante embarrado, hasta pasar por delante de una caseta del abastecimiento hidráulico, después nos incorporamos a una pista asfaltada que pronto abandonamos para incorporarnos a la izquierda por una senda donde la baliza de señalización se encuentra caída en el suelo y en mal estado (por cierto, la señalización se halla en un estado calamitoso, difícil de seguir, por lo que es conveniente orientarse por el track de wikiloc o similar. 


A continuación, toca ascender hacia la cuerda de la Sierra del Escudo de Cabuérniga, donde encontramos un tramo de la calzada que remonta  zigzagueando la ladera y que a medida que subimos se va perdiendo hasta ocultarse bajo la maleza arbustiva. Algunos carteles indicativos en madera, muy deteriorados, informando de las fuentes y especies vegetales como el acebo y el haya, frente a los que nos detenemos para hacer un pequeño descanso y, a su vez, disfrutar de las maravillosas vistas que nos ofrecen las alturas en un ambiente campestre de sosiego y bienestar. Alcanzamos por fin la cuerda de la montaña delimitada en la divisoria por una valla de alambrada que nos acompañará en todo el tramo de la cuerda. Existe la posibilidad de seguir un desvío a la derecha que asciende hasta el alto del Castillo, la mayor cota de 894 m, pero desistimos. Continuamos la ruta por las alturas hasta la cima del Cueto de Herránz García con sus 851 m., donde la vista panorámica tanto a uno y a otro lado son espectaculares por la frondosidad de la vegetación y el colorido verde con su amplia gama de tonos (praderas, matorral, arbolado...), las aisladas manchas rojas de los tejados de las aldeas, y en la lejanía el azul marino contrastando con el azul cielo; un maravilloso cuadro paisajístico natural para deleite del sentido de la vista, pero también del olfato, e incluso del tacto al contacto placentero de la ligera brisa. 


Un entorno paisajístico idóneo para sacar un montón de fotos, si bien, lo importante es vivenciar el momento y que se grabe en la retina permaneciendo en el recuerdo. El tiempo es fugaz y toca de nuevo caminar por la dorsal de la sierra, que en muchos tramos del recorrido resulta casi intransitable, además de casi perdido (alguna señal de pintura blanca y amarilla típica de las PR, medio escondida y borrada), pues las profundas huellas de las pezuñas del ganado en el barro  hoyan el terreno y se convierten en una trampa inesperada ("meter la pata hasta el corvejón"). Así, un poco más adelante alcanzamos la cota de La Cruz, con sus 859 m,, pedestal apropiado para encaramarse en lo más alto agarrados a uno de los brazos de la cruz para otear el horizonte: al Norte, en la lejanía el litoral costero y a nuestros pies el pueblo de San Vicente del Monte en medio de prados y árboles, y al Sur, el valle de Cabuérniga a nuestros pies y al fondo las montañas de la Cordillera Cantábrica y Alto Campó. 


En estos momentos, el esfuerzo y penurias pasadas había merecido la pena, estábamos felices y encantados; pero el tiempo volaba y los rayos del sol languidecían, la tarde caía y poco a poco se nos iba echando la noche, había que apresurarse y buscar una salida, pues el nerviosismo cundía. Por fin, a lo lejos, divisé una baliza con una tablilla de señalización de la dirección a seguir; por tanto, pensé para mis adentros, estamos salvados. Sin embargo, aún faltaban varios kilómetros por un camino con firme muy irregular, de surcos producidos por las arroyadas y cantos rodados, y sumado a la falta de luz, hacía bastante complicado el retorno. 


Además, otra contrariedad surgida empeoró la situación, la batería del móvil en el que seguíamos el track de la ruta se había agotado y la oscuridad de la noche nos atrapó con su tenebroso manto...¿Qué hacer en momentos tan complicados?  Tal vez, lo acosejable, ¿llamar al 112?, pues aún contábamos con el móvil de mi pareja, o proseguir en busca de alguna población utilizando la linterna de este móvil. Me acordé, que el Google Map te permite orientarte con la ubicación del gps y marcando la ruta a pie hasta el pueblo de destino; por lo que optamos por esta solución, y aunque la linterna no alumbraba mucho, fue de gran ayuda y, junto con el Google Maps marcando la ruta, conseguimos llegar sanos y salvos al pueblo de partida; si bien, atenazados por el susto y llenos de barro, por lo que en la fuente del pueblo metimos los pies con las botas puestas para limpiarnos  y lavarnos. Toda una aventura, que por fortuna salió bien y recordaremos siempre.


 Hora de salida: las 15 horas//  Hora de llegada: 22:30 horas// Tiempo invertido: 7:30 horas// Dificultad: Moderada a nivel físico, pero muy Complicada por las irregularidades del firme, la señalización muy deteriorada, la gran cantidad de barro y tojos plagados de espinas.



La mañana del día siguiente pusimos rumbo a uno de los pueblos más bonitos de Cantabria, Bárcena Mayor, con casas típicas del valle de Cabuérniga, muy turístico, de donde parte una ruta de senderismo "Bárcena Mayor al Pozo Arbencia".


 Iniciamos la ruta, pasado el pueblo, en la braña del Castrillo, donde estacionamos los coches, existe en este lugar un panel informativo de la ruta y la señalización. Una pista ancha con firme en buen estado


discurre paralela al río Lodar o de Argonza, con una exuberante vegetación de ribera (avellanos, hayas, helechos, herbáceas ...) que proporcionan un sombraje agradable, la temperatura en pleno mes de agosto es primaveral, por lo que el caminar resulta muy placentero. Transcurrido un tiempo aproximado de dos horas llegamos a la altura de un puente sobre el río sobre el que cruza la pista; y observamos en la orilla del curso fluvial una mesita de piedra ideal para un "picnic", por lo que nos detuvimos unos minutos a descansar e ingerir algunas viandas. En este punto, hemos de desviarnos de la pista y tomar un sendero que cruza el río y

remonta un terraplén, o pequeño desnivel, internándose en el bosque hasta alcanzar el otro curso fluvial, el cauce del río Hormigas, que confluye más adelante con el anterior en forma de horquilla. Pese al estío y poco caudal resulta un paraje paradisíaco, en donde se descuelga una chorrera sobre las aguas remansadas de la poza que se  genera en el río, idónea para darse un chapuzón y refrescarse, por lo que muchas personas se acercan al lugar en verano a darse un baño y tomar el almuerzo a la sombra de los árboles que pueblan las orillas. Después de tan placenteros momentos y la toma de numerosas fotos de todo tipo, tocaba emprender la vuelta, ya por la tarde, que resultó, en buena compañía, entretenida y amena, por lo que empleamos dos horas y media en regresar al pueblo. Seguidamente, nos dispusimos a recorrer sus calles empedradas con sus casonas montañesas típicas, de sólidas paredes de piedra y grandes balconadas corridas orientadas a la

solana con balaustrada de madera maciza, cruzamos su emblemático puente del siglo XVI sobre el río Argoza, y nos sentamos en una terraza para degustar unos aperitivos acompañados de unas cuantas cervezas bien frescas. 






Y para rematar, los dos últimos días los reservamos para Santander. 


En el viaje a la capital cántabra, programamos una parada en la ruta para visitar el Parque de la Naturaleza de Cabárceno. Subimos en la telecabina, o teleférico, y a vista de pájaro realizamos el recorrido por los distintos recintos que albergan diferentes especies de animales en semilibertad (elefantes, osos, rinocerontes, hipopótamos, cebras, jirafas, avestruces, ánades, leones ...), tuvimos suerte, pues nos tocó la cabina con suelo de cristal y pudimos grabar estupendamente aquello que había bajo nuestros pies. Nos alojamos en un pequeño y vetusto hotel de Santander, reformado y limpio, situado en primera línea de playa, frente 
a la famosa playa del Sardinero. La habitación que me tocó -la fortuna me sonrió- contaba con un coqueto balcón con vistas al paseo marítimo y al mar Cantábrico, por lo que disfruté de la majestuosa salida del sol en un amanecer limpio y claro. 




 Recorrimos las calles principales de la urbe, la plaza del Ayuntamiento, entre otras plazas, y visitamos el Edificio Botín ubicado frente a la extensa bahía santanderina, cuenta con algún elemento arquitectónico colgado en el vacío sobre el mar, y suscita admiración e impresiona bastante; después, nos fuimos de tapas por la zona de bares. 


Al día siguiente, tras disfrutar del amanecer, nos levantamos bien temprano para pasear por la playa de la Concha contigua a la más extensa playa del Sardinero, por lo que se puede dar  largo y agradable paseo por la orilla del mar, chapoteando en sus aguas saladas y con las mascarillas puestas. También hubo tiempo para tomar un ratito el sol y darse un buen baño, pues permitía mantener las distancias sin ningún problema, además el agua estaba estupenda, lo que resulta un tanto extraño al tratarse del Cantábrico, que suele asociarse con aguas mucho más frías, fue una grata sorpresa. 



Seguidamente, en el barrio pesquero, hay un restaurante llamado Las Gaviotas donde sirven unos suculentos productos recién pescados, de gran calidad, muy frescos y a buen precio; por lo que en el apartado gastronómico la estancia en la capital santanderina merece un sobresaliente, encantados con las celebraciones de comidas y cenas (también el restaurante La Cañia sirve productos de la mejor calidad).


 Merece la pena realizar un paseo en barco (catamarán) por la hermosa bahía de Santander, con espléndidas vistas de los edificios más emblemáticos, como el Palacio de la Magdalena, las extensas y largas playas costeras, como la de Pedreña, la montaña de Camargo cubierta de verde, los veleros navegando, el islote con su faro en medio de la bahía, y un montón de cosas más ... 




En resumen, lo hemos pasado fenomenal por tierras cántabras, y siempre, en grata  compañía de buenos amigos.