lunes, 10 de junio de 2019

SEVILLA

SEVILLA
Aprovechamos la fiesta de Castilla-La Mancha, día 31 de mayo, y nos fuimos un grupo de amigos el fin de semana a la turística ciudad sevillana, de marcha como dicen ahora los jóvenes. El alojamiento, pese a estar abarrotada la ciudad con motivo de la celebración del día de las Fuerzas Armadas, cumplía con creces las expectativas, reformado recientemente, limpio y céntrico. El primer día, la salida de por la tarde, cuando el sol aflojaba y no atormentaba, ataviados con nuestros vistosos sombreritos recién comprados, tuvo como primera parada un tablao flamenco que nos pillaba de paso, donde tuvimos la ocasión de pisar el tablao y posar en compañía para la foto. Después nos fuimos paseando a la Plaza de España, que estaba "abarrotá" de gente, pues tenía lugar el desfile de bandas del ejército; la multitud no dejaba contemplar en plenitud la belleza arquitectónica y tesoros cerámicos, algunos de Ruiz de Luna, no obstante, el ambiente festivo reinante te contagia y nos fuimos a tomar unos rebujitos a la terraza que se encuentra a la entrada del Parque de Mª Luisa, por cierto, muy refrescantes. Llegaba la hora de poner rumbo a la plaza de Los Venerables para tomar unas tapitas en la Casa Román, pero no pudo ser dado que estaba "a tope", por lo que optamos por la tapería-restaurante de al lado, El Don Juan Tenorio, con sus ristras de ajos y pimientos colgando de las vigas de madera; el tiempo acuciaba e ingerimos rápidamente las viandas. 


En la Plaza de Santa Cruz se encuentra el célebre tablao flamenco Los Gallos, de enorme solera entre los locales, donde teníamos hecha con antelación la correspondiente reserva para ver el espectáculo; fue todo un acierto, pues asistimos a un auténtico espectáculo de flamenco, con cante y baile, tanto masculino como femenino, que nos impresionó gratamente, incluso alguno comentaba que se le ponían los pelos de punta de la emoción. Salimos  muy tarde de la actuación, pues dura casi dos horas desde que entras hasta que sales, así que intentamos tomar una pringá e irnos a acostar; pero la sorpresa fue que en la bodeguita Romero la cocina ya estaba cerrada y nos privó de dicha delicia.
A la mañana siguiente, lo primero un desayuno campero, con tosta de jamón ibérico, que nos salió muy bien de precio (jejejeje!!! cierto, cierto, se confundiría el cajero), además del zumo y café expreso, todo un acierto. Seguidamente, en la Puerta de Jerez, teníamos la reserva de un "Free Tour" por Sevilla, el guía, con buen andaluz, tenía mucha "guasa" y lo pasamos bien visitando los exteriores de los lugares más emblemáticos de la ciudad; coincidió a su vez con el desfile militar y pudimos otear el paso de 
 
algunas compañías con su materíal bélico, lo más vistoso fue el paso de la escuadrilla de aviación con la estela de las banderas producida por el humo de sus motores. Se acercaba la hora del almuerzo y nos pusimos rumbo al bar-terraza con la tapa recomendada, y no nos defraudó, se trataba del famoso "flamenquín" sevillano, como un cachopo de rabo bien largo, que junto a unas cervezas bien frescas, compensó la espera; mientras tanto, una despedida de soltero -numeroso grupo portugués- mantenía entretenido al personal, pues el protagonista de la chirigota iba casi en paños menores, tan solo con un delantal de fregar o cocinar que le cubría las partes íntimas, es decir, sus vergüenzas. 


Ya por la tarde, nos fuimos a tomar un café al más lujoso hotel sevillano, el hotel Alfonso XIII, que cuenta con una hermosa escalera revestida de cerámica Ruíz de Luna, un recibidor a la entrada con un artesonado precioso, y con un patio interior bellísimo habilitado como cafetería (fue construido, al igual que la Plaza de España, con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929). A la salida, negociamos una vuelta por la zona en las célebres calesas tiradas por caballos, pues si vas a Sevilla has de subirte en una calesa; mientras realizábamos el recorrido tomamos varias fotografías de los monumentos más emblemáticos, Palacio San Telmo de las Cortes de Andalucía, El Costurero de la Reina, Parque Mª Luisa...
 
LLegada la noche, nos dirigimos al barrio de Triana por el Puente de San Telmo y en la Avenida Betis, a la orilla del Guadalquivir nos sentamos en una terracita a degustar las típicas tapas acompañadas de unas cervecitas frescas, la vista nocturna desde la otra orilla del río de la ciudad son impresionantes: La Giralda sobresale bien iluminada, la Catedral, la Torre del Oro, el Puente de Isabel II (Puente Triana), las Torres de la Pza. España, La Maestranza, El Guadalquivir con destellos de luces de colores ...Después nos dimos una vuelta por el afamado barrio de Triana, visitando alguno de sus tablaos flamencos sin recalar en ellos, pero contagiándonos de su magnífico ambiente y ajetreo de sus gentes por las calles. Cruzamos de nuevo el Guadalquivir, en esta ocasión, por el Puente Triana, y nos sentamos a tomar una copa de gymtonic a la orillita del río, en un lugar muy concurrido, tanto de locales como visitantes (se oía hablar el euskera, el portugués o gallego, el inglés, el guachupino, el castellano-andaluz, etc.); es decir, rematamos la faena en un ambientazo tremendo, quizás algo tuvo que ver el concierto, que tuvo lugar en el Benito Villamarín, de Alejandro Sanz. 

 

A la mañana siguiente, último día, tras el desayuno, tuvimos la suerte de poder entrar en la Catedral, durante la celebración de la misa, y contemplar la grandiosidad de su edificación (según dicen, la tercera más grande del mundo, después de San Pedro de Roma y San Pablo de Londres); en cambio, nos quedamos con las ganas de poder visitar Los Reales Alcázares, una auténtica joya arquitectónica, dado que las largas colas lo impedían. Así que nos acercamos a la plaza de toros de La Maestranza, en su puerta principal, dando una vuelta alrededor; pero sin poder acceder al coso taurino, pues había que esperar una o dos horas hasta el turno asignado, por tanto, lo descartamos y optamos por el bar taurino que se halla en las inmediaciones, a por las tapas y cervezas, mientras fotografiábamos los trajes de luces, pósters de maestros del toreo, cabezas y cornamentas, que se hallaban expuestas. Por último, en la zona Centro, cerca de la Catedral, nos tomamos una "pringá", acompañada de un fino manzanilla, por cierto, ¡¡qué rica, qué rica!!, en la taberna de Pepe Peregil, que puso el broche y su fin.



















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