sábado, 4 de marzo de 2017

BARRANCO DEL RÍO DULCE (GUADALAJARA)

RUTA DE SENDERISMO: "HOZ DE PELEGRINA"


Llevaba tiempo con ganas de visitar el Parque Natural del Barranco del río Dulce por varias razones, su valor medio ambiental, natural y geológico, junto con la rica biodiversidad que atesora, le confieren el privilegio de estar entre los más grandes de la Península Ibérica; pero además, me vienen a la memoria recuerdos de mi infancia o juventud, cuando visionaba con enorme interés y entusiasmo los extraordinarios documentales del más grande de los naturalistas españoles, me refiero claro está a Félix Rodríguez de la Fuente, y aquella laureada serie de televisión española "El Hombre y la Tierra". Aquí se grabaron algunos de los capítulos más atractivos e interesantes, como el seguimiento a una familia de lobos y crianza de sus cachorros o lobeznos; las águilas cazando; y el anidamiento en oquedades rocosas y planeo del vuelo majestuoso del buitre leonado. 
Por fin, se presentó la oportunidad de llevarlo a cabo los últimos días de febrero, coincidiendo con los carnavales, me puse en camino hacia Siguenza (Guadalajara), que tomé como punto de partida para las distintas salidas o excursiones por el entorno. Por cierto, una bella ciudad, con un rico patrimonio artístico, sobre todo monumental, y que bien merece una visita por sí sola. Me alojé para la ocasión en el Castillo medieval convertido en Parador de Turismo, que se halla muy bien conservado, siendo de interés turístico, al igual que la Catedral fortaleza, impresionante sus torres almenadas de la fachada principal y que desde el punto de vista arquitectónico es un compendio de distintos estilos artísticos (románico, gótico, plateresco, isabelino, mudéjar, barroco, neoclásico...), en su interior se halla la afamada escultura del doncel -prototipo del caballero renacentista español: "guerrero ilustrado", y también un prestigioso cuadro del Greco titulado "La Encarnación". Un paseo por la ronda que rodea los restos de muralla, en sus lienzos se sitúan atractivas puertas medievales, así como por el parque de la Alameda donde se ubica el Monasterio de Santa Clara, cuyos dulces de trufas son típicos. La Plaza Mayor, jalonada de soportales y casas palaciegas -destacando el palacio que, en la actualidad, es la sede del ayuntamiento- presenta un aspecto inmejorable, típica plaza castellana; además, destacan varias iglesias y el museo diocesano de la ciudad.

Al día siguiente, por la mañana, guiados por el GPS,  nos dirigimos al pueblo de Pelegrina, para recorrer una de las rutas con las que cuenta el Parque Natural del Barranco del río Dulce, en principio habíamos elegido la ruta naranja, que resulta más corta y fácil de hacer a pie. A la entrada del pueblo, frente a un bar-restaurante, hay una pequeña explanada a la izquierda propicia para dejar el coche. Seguidamente, bien dispuestos y pertrechos, iniciamos la ruta que discurre en su primer tramo por una pista o camino hormigonado señalizado de balizas con distintivos de colores: naranja (discurre por ambas orillas del río) y la azul (que asciende por la ladera del barranco y discurre por la parte alta, pasando por el mirador de la cascada del Gollorío). Después el camino se estrecha y cambia su firme a tierra, vamos remontando el curso de sus aguas y llegamos a una bifurcación que presenta dos opciones, continuar por la orilla izquierda en sentido de nuestra marcha siguiendo el trazado de ida de la ruta naranja, o bien cruzar el río por un puentecito de madera siguiendo el trazado de la ruta azul, que coincide durante un tramo de su recorrido con el trayecto de vuelta de la naranja (comparten ambas un tramo en común). Nos decidimos, mi compañera (mujer) y yo, por la segunda opción, con la idea de acercarnos a ver y disfrutar de la Cascada del Gollorío, contemplando desde abajo la caída, pues el retorno de la ruta naranja, se aproxima bastante al citado lugar; así que cruzamos el río y  continuamos por la orilla derecha, según el sentido de nuestra marcha, se trata de un sendero de fácil tránsito entre álamos desnudos en esta época del año -en primavera y , especialmente, en otoño debe ser una "pasada"-, con diferentes arbustos que figuran en el panel informativo de la salida y demás herbáceas; pero lo que más me llama la atención es el fluir de sus aguas cristalinas, que en ocasiones se tiñen de colores -tonos- verdes que muestran las ovas o algas que las acompañan. Mientras caminamos, resulta obligado detenerse y  hacer numerosas paradas para contemplar las paredes rocosas que nos flaquean, con un sinfín de oquedades que la erosión del agua ha fraguado y que son buen cobijo   para el anidamiento de buitres y águilas; a decir verdad, tan solo buitres divisamos planeando en las alturas, coronando una de las cumbres del barranco se puede apreciar en la lejanía el muro pétreo del mirador, que lleva el nombre de Félix Rodríguez de la Fuente. Desde el punto de vista geomorfológico el paraje es de una gran belleza, pues la erosión del agua sobre la roca caliza ha labrado formas o figuras singulares, muy propicio para dejar volar la imaginación e identificar a variopintos personajes de ficción, como el "Comepiedras", el "Troglodita", el "Oso sentado"...destacan los tolmos, o dicho en términos más vulgares "pirulos", que son una especie de cerros testigos apuntalados, resistentes en buena medida a la erosión, al encontrarse ésta con capas más duras. Un montón de fotos, en cada parada, para el recuerdo. Llegados a un punto, en el cual en medio del cauce se hallan colocadas unas pasaderas para salvar el curso del agua y no mojarse, nos separamos del trazado de la ruta naranja y nos desviamos a la derecha por un sendero poco frecuentado, que requiere apartar las ramas y maleza que le invaden, que se solapa con la ruta azul en un primer momento, pero en vez de remontar la ladera del barranco para acceder a la parte alta por donde discurre la ruta azul, permanecemos en la vaguada y avanzamos por un estrecho sendero hasta encontrar un pequeño desnivel de superficie rocosa, que nos frena, requiere una "trepadilla" y mi compañera se lo piensa, decide esperar en el lugar, mientras yo decido avanzar y explorar. Tras recorrer en solitario unos cincuenta metros, observé a lo lejos, en la profundidad del cañón, un hilillo plateado que brillaba con el reflejo de luz, por fin, allí estaba lo que buscaba, era la cascada. Volví rápidamente sobre mis pasos hasta encontrarme con mi compañera, que estaba a la espera, y exclamé: ¡venga, vamos, está ahí, merece la pena! Anímate y sígueme, la tendí la mano en la trepada y salvó con éxito la escalada, avanzamos con precaución y cuidado sorteando los obstáculos y descendimos al lecho del barranco, una especie de charca con el agua un tanto estancada, como un remanso, a los pies de la cascada, y una chorrera de agua que caía entre las peñas desde el punto más alto y al estrellarse contra las piedras salpicaba...¡qué gozada!   ¿A que ha merecido la pena? -a mi compañera, entusiasmado, le preguntaba-- Momentos para contemplar y disfrutar de la belleza de la chorrera, la cascada del Gollorío con buen caudal de agua, el arroyo del mismo nombre prosigue su andanza para desaguar unos metros más allá en el río Dulce. Tras el descanso y sosiego, emprendemos la marcha de nuevo, pero por el otro lado, para realizar una ruta circular, por lo que hemos de remontar la pared rocosa del barranco, un sendero intrincado de difícil tránsito, avanzamos despacio; sin embargo, algo inesperado oculto tras un recoveco nos obliga a detenernos bruscamente. ¿Y ahora qué?-me preguntaba para mis adentros- ¿Cómo reaccionaría mi compañera de aventura?...El sendero remontaba progresivamente la pared rocosa del acantilado y su estrechez apenas permitía acomodar el pie sobre la rugosa superficie pétrea, la escarpadura de la vía suponía un problema de difícil solución; llegados a este punto, solo cabían dos opciones: volver sobre nuestros pasos -retroceder desandando una larga y complicada senda con algún descuelgue, ahora en bajada, de las trepadas que la salpicaban-, o bien, armarse de valor y seguir adelante, superando los vértigos, y desafiando el peligro. Tras un pequeño debate, de pros y contras, decidimos seguir adelante para completar la ruta circular; traté de convencerla dándole ánimos: ¡venga, que sí puedes!, tú no mires al precipicio que hay debajo, sólo mira hacia adelante y agárrate bien a la cadena que ha sido colocada para el acondicionamiento de la vía - de unos 25 metros aproximadamente-. Tomé la delantera e iba indicando paso a paso cómo proceder para ir avanzando metro a metro, hasta que por fin alcanzamos el otro extremo de la cadena; un suspiro de alivio nos reconfortó del mal trago pasado, lo habíamos logrado, unos minutos para relajarnos y tomar fotografías del acantilado. Reanudamos la marcha con una bajada  que nos conducía al fondo de la barranca, y en una pequeña explanada tapizada de herbáceas, entre arbustos, como escaramujos o zarzas, nos sentamos a descansar y alimentos tomar, comentando y recordando :¡buff, qué  mal lo habíamos pasado! ¡qué tensión!. No obstante, lo habíamos logrado y estábamos emocionados, la adrenalina segregada se notaba... En este lugar, donde el arroyo Gollorío confluye con el río Dulce, se encuentra un cartel informativo en el que se lee " Acceso a la cascada del Gollorío no equipada por el Parque Natural. Peligroso por riesgo de caída"; al leerlo yo me dije "a buenas horas mangas verdes" (je, je). A continuación, cruzamos el ancho cauce del río Dulce por unas pasaderas colocadas para vadear el río y nos situamos en la orilla derecha del mismo -os recuerdo que el recorrido marcado en los paneles del Parque de la ruta naranja es el inverso al que nosotros hemos realizado- , la vegetación es la típica de ribera, con choperas o alamedas bien conservadas; a partir de aquí la senda se ensancha y es muy llana, por tanto, fácil de hacer, lo que permite ir contemplando los altos y verticales acantilados, con variopintas formas o figuras, labradas por el agua al filtrarse y deshacer la muy permeable roca caliza, en los voladizos de las oquedades anida una colonia numerosa de buitres leonados que sobrevuelan nuestras cabezas. Al acercarnos al pueblo, divisamos a lo lejos, en el altozano, un castillo desangelado, en estado ruinoso; pero a su vez, tiene su encanto, resiste a los avatares del tiempo y erguido se mantiene en pie, reflejando la tenue luz de un día enmarañado atrae como un imán nuestras miradas, despertando nuestra admiración e invitándonos a finalizar la ruta con una visita para disfrutar de las vistas (La Panorámica de "La Hoz de Pelegrina" es una maravilla). FIN.
ANEXO. Olvidé comentar que tuve la fortuna de posar para la fotografía al lado de la entrada de la guarida, o madriguera, donde se grabó la secuencia de la loba criando a sus cachorros. Se sitúa en una oquedad de la pared rocosa con voladizo en la bajante del tramo con cadenas, tras superar la adversidad y en un estado anímico mucho más alegre, que se refleja en la cara.
Y por último, añadir que la fotografía del Arco Romano se halla en la ciudad de Medinaceli ("Ciudad del Cielo"), en la provincia de Soria, que dista unos 45 Km. de Siguenza y cuenta con innumerables vestigios romanos, la ciudad antigua se levanta en lo alto de una colina, destacan sus restos de muralla, calzada, mosaicos...; pero a mí lo que más me impresionó fue su Arco conmemorativo, erigido en honor a varios Emperadores.





















































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